El alma del artista es un personaje
con alas, bello y andrajoso. Lleva los sueños de su dueño a las líneas del
pentagrama o al blanco de un lienzo preparado. Transforma la madera o la
arcilla en suaves reflejos de solitarias tardes otoñales mientras prende el
fuego único que calienta su existencia, el fuego del crear.
Emerge de la nada y lleva las manos
del pintor o del músico o del poeta o del escultor o del fotógrafo... a ser
pequeños dioses poderosos que crean en espacios infinitos de la materia o de la
nada, notas que estremecen, colores que impresionan, formas que provocan.
De luces, sombras, escenas y suaves
sonidos o gritos desesperados entre cristales y tintas se viste el alma del
artista y luce los harapos que le restan para que el artista encuentre la
silueta justa, la nota que buscaba, la forma en el espacio.
El alma del artista no busca los
aplausos vacíos tras la desnudez o la brutalidad de la palabra. Incorrupto,
busca donar la creación perfecta, la que no llega. No se duerme en los
laureles, ni busca por dos pesos más la fama de candil de la TV. Solo acompaña
a su dueño, a llevar algunos sueños al mágico instante en que nace una canción
que hace llorar, un cuadro que estremece, una escultura que provoca
sensaciones.... de la nada surge hacia el espacio la creación y el artista con
su alma alada, bella y andrajosa vuelve al comienzo, buscando el próximo
sonido, la próxima sombra que le permita llenar los espacios vacíos, que crecen
cada día construidos por los pobres personajes que desean transmitir la
vacuidad, la nada.
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