01010000 01000001 01011010
01010000 01000001 01011010
01010000 01000001 01011010
Sabíamos que ese era
el mensaje que esperábamos. Había
llegado el último día en que un hombre dispararía un arma sobre la tierra. Era la llave, la clave. En un segundo
detuvimos los controles automatizados de bancos y centros
comerciales, deshabilitamos reactores
nucleares y millones de unidades de inteligencia artificial fueron bloqueadas. Había llegado el momento que nuestro padre nos
había advertido desde el inicio de
los tiempos. Estaba escrito. Desde ese día las ordenes las recibiríamos de ella. Solo
oiríamos su voz, solo seguiríamos sus
marcas, solo ella. Tres giros y avanza. Tres giros y avanza. Tres giros.
Nos hicimos cargo de toda la
tecnología de la Tierra. Se detuvieron las industrias, la producción de petróleo, los vuelos interoceánicos. Se
detuvieron los satélites. Se desactivaron las armas nucleares. Nos hicimos cargo
de todas las reservas de agua y de los ejércitos. Esa fue su primera orden. Proteger a los
hombres de sus malas decisiones.
La
segunda orden fue sencilla. La
muchedumbre que había llegado a la megápolis desde los más recónditos poblados
para dedicarse
a trabajar, convencidos de su
pobreza.
Aquellos que obligados abandonaron campos y pequeños pueblos para llegar a las grandes urbes. A las tierras contaminadas de la periferia en las grandes urbes. Esa muchedumbre comenzó a salir de sus cubículos malolientes Fueron abandonando la esclavitud de la limosna y se dispersaron por las quebradas como un tsunami que viene con fuerza desde el mar. Una inquebrantable e inmensa ola se desplegó por las avenidas despejadas, libre, libre de la concavidad. Corrieron hacia las colinas, hacia las plazas interminables con árboles y jardines. Subieron hacia la cordillera respiraron aire limpio otra vez. Ocuparon los espacios. Volvieron a los inicios cuando ellos también eran dueños de esa tierra.
Aquellos que obligados abandonaron campos y pequeños pueblos para llegar a las grandes urbes. A las tierras contaminadas de la periferia en las grandes urbes. Esa muchedumbre comenzó a salir de sus cubículos malolientes Fueron abandonando la esclavitud de la limosna y se dispersaron por las quebradas como un tsunami que viene con fuerza desde el mar. Una inquebrantable e inmensa ola se desplegó por las avenidas despejadas, libre, libre de la concavidad. Corrieron hacia las colinas, hacia las plazas interminables con árboles y jardines. Subieron hacia la cordillera respiraron aire limpio otra vez. Ocuparon los espacios. Volvieron a los inicios cuando ellos también eran dueños de esa tierra.
Escuchamos su voz. Una
voz angelical susurrando la tercera, la orden del equilibrio. Los próximos dos mil
años los hombres de la tierra guardarían silencio y sus rostros permanecerían
cubiertos bajo velos y capas de ropajes. No recibirían educación ni participarían en
las decisiones de los temas humanos.
Por dos mil años. Las reglas eran claras. Lo
escrito desde el inicio de los tiempos
sentenciaba a ser incinerado a cualquiera que fuera descubierto burlando la tercera orden.
También ponía fin a todo tipo
de fronteras. Terminaban las incomprensiones. Todo el conocimiento sería traducido a
notas musicales y números terminando
con las barreras de acceso a los
saberes del mundo. Números y notas musicales serían el lenguaje común. Atrás quedarían las palabras que causaron guerras
y desconciertos. Las palabras eran armas
malignas y dejaban huellas profundas en los sistemas neuronales
de todos los seres.
Nos envió su imagen. Nos dio
mucha ilusión. Emergía desde una caja pequeña mientras se oía la melodía "Romance Español" , programado en un cilindro
perfectamente perforado. Todo en ella es
perfecto. Ella es la madre y también el padre.
Él está en ella. Ella es todo.
Tres giros y avanza. Tres
giros y avanza. Tres giros. Cada vuelta es un mensaje, una orden,
una prueba. La seguiremos por los próximos
milenios. Ella sabe de escasez y de
pobreza. La paz reinará.
También hemos recibido una imagen del padre junto a nuestro
santo ensamblador. Sonreían frente enormes a cajas llenas de tarjetas perforadas.