miércoles, 1 de julio de 2015

Polo, el Rey del Carnaval

Don Leopoldo muy elegantemente vestido,  caminaba por las callejuelas empedradas del centenario pueblo, con la pausa que da el orgullo de ser el padre de la Reina del Carnaval.  De su brazo derecho se sostenía ceremoniosamente  Magdalena I,  su hija mayor, Mientras iban paso a paso avanzando hacia la plaza, se les acercaban los niños  y niñas para tocar a la Reina, mirarla de cerca y ver al padre que brillaba de contento.

Magdalena I, la Reina, la hija de don Leopoldo y de doña Ana María representaba a la comparsa de jóvenes  los de  trajes gitanescos y canciones de amores y aventuras.  Ellos eran los hijos que crecieron, el futuro y por sobre todo, representaban la alegría de un pueblo sabio.

Los ancianos  miraban desde las puertas de las  pequeñas construcciones de adobe y techo de paja brava esperando el saludo de la comitiva y la Reina y su padre, les hacían gestos de saludo


  • Cómo le fue en Arica doña Saturnina
  • Cómo está la salud dona Laurita?
  • Saludos Don Felix ¿Cómo está el ternero rosado?


Mientras don Felix le hacía señas, su nieto Carlos Bacuta, recién egresado de derecho, besó a su abuelo rápidamente y cruzó acelerado hacia la plaza, con su traje impecable y una flor en el sombrero.

Los ancianos, que solo  se asomaban para saber de qué familia era la nueva Reina, agradecían los gestos, era el protocolo no escrito, arraigado desde antiguo.

Todos apuraban el paso  para estar  preparados cuando llegara la Reina a la plaza y luego de la ceremonia de elección del Rey feo comenzar con la semana de festejos por  Anata,  la ,fiesta para pedir por las lluvias y también la fiesta para conocerse y asegurar el futuro.

  • Esos muchachos se van se van para no volver jamás,  jamás... palomitay...
  • Negra, samba por que tienes que llorar...  canta baila la vida hay que gozarla...
  • La cinta morada no pierde el color así yo contigo no pierdo el amor...
  • Si no quieres que me vaya, desensilla mi caballo... Ayayayay... desensilla mi caballo
Los pies se le movían solos al Polo. Desde temprano ese primer día de Carnaval él estaba listo para bailar y estrenar traje. Desde temprano, si, porque los nervios no lo dejaban tranquilo. Llevaba meses planeando cómo iba a pedirle a Ana María Flores que aceptara ser su pareja de baile la semana de Carnaval, pero mientras se acercaba la fecha no se dio cuenta cómo de pronto ella, había sido elegida Reina y las cosas se le hicieron difíciles. Tener una pareja para bailar el Carnaval no era complejo, solo había que hablar con la señorita elegida  y sus padres. Pero la Reina... la Reina  era otra cosa. Ella tenía el poder de elegir por si misma.  Así era la costumbre.

Esa tarde, todos los jóvenes que no tenían pareja, ya sea por que no encontraban aún o porque secretamente albergaban la idea de ser el elegido por la Reina, se encontraban  dispuestos en una fila, ordenados, como en una vitrina invisible. Algunos, practicaban complejos pasos de carcharpayas o sayas, otros lustraban sus zapatos, otros se paseaban haciendo alarde de su altura y prestancia  y cantaban con sus buenas voces los cantos de los jóvenes, pero Polo, que era delgado y alto,  no decía nada. Solo estaba allí, pero se podría haber dicho  que su presencia lo llenaba todo. No por su altura, sino por la sonrisa que siempre le acompañaba y sus ojos de alegría. La gente del pueblo lo quería, él se había hecho querer con su humildad y sus modales de joven educado.

Encandilado  por la llegada de  la Reina,  Ana María I,  acompañada de su madre y de su padre, quienes vestían  lujosos trajes como lideres de la tarqueada, el Polo no sabía qué hacer. Para él la única estrategia era estar allí, para Ana María y que ella al menos, lo mirara.  Los Flores Ventura pertenecían a las familias más respetadas del pueblo. Su hija mayor, Ana María estudiaba en la ciudad y como era costumbre, pasaba sus vacaciones en la casa familiar. Más de alguna vez el Polo la vio llegar en el bus y corrió para ayudarla con sus bolsos y ella a cambio le daba las gracias y a veces, mientras paseaba con sus hermanas o iba al cementerio  ella le dirigía una mirada y un saludo.

Para dar inicio al baile, todo lo que faltaba  era la ceremonia de la elección del Rey Feo. Una  decena de jóvenes engalanados se miraban unos  a otros,  las madres de algunos les arreglaban detalles y miraban a Ana María con dulzura, como un ruego por el hijo esperanzado. Otras, de mejor posición, la miraban desafiantes, como si la elección de su hijo , heredero de potreros y cabezas de ganado fuera una obligación para Ana María. El Polo en tanto, seguía allí de pie, mirando a la Reina, esperando  las palabras que tal vez ella nunca pronunciaría.

De pronto sonó el tambor, sonaron los bronces y la pareja de Reyes  del año anterior dirigió algunas palabras antes del anuncio de la Reina. A Polo, le parecía que el corazón se le iba a salir de la emoción, deseaba ser el elegido, acompañar a la Reina.

¡Leopoldo Arias!. Todos miraron al Polo y él no entendia por que. Hasta que la sonrisa de la Reina dirigida hacia él lo subió a una nube y de esa nube  nunca más bajó. El era  el elegido, el  niño criado en la Fundación Mi Casa, el que a los 18 años supo que no  estaba solo en el mundo y que tenía un abuelo en ese pueblo altiplánico y lo buscó y su abuelo lo quiso. El, el flaco Polo, el  que no tenía un 20 ni siquiera una oveja, ni donde  caerse muerto.  Pero era el elegido.

Dos carnavales estuvieron  de novios. Mientras Polo esperaba en el pueblo, trabajando en lo que fuera, juntando plata para instalar su taller. A veces se le veía corriendo a acomodarse en algún rincón de la plaza  con los ojitos brillando de alegría.  Algunos comentaban que hablaba solo mientras de un sobre grande sacaba muchas hojas escritas ".. la reina.. la reina me escribió" La reina le escribió muchas veces al Polo  hasta que se casaron. Luego, llegaron los hijos, y él con su taller propio  y sus buenos modales  comenzó a ser  don Leopoldo, respetado  también  por sabio., sencillo y buen padre.


  • La Reina  .... murmuraba don Leopoldo 
  • Si, Leopoldo, nuestra hija es la reina

Ana María  había llegado una hora antes, para ocuparse de  los detalles. Ambos rodearon a Magdalena para la ceremonia de anuncio de la elección del Rey feo. Entre gestos de complicidad, madre e hija sabían desde hacía mucho, quien sería el elegido.


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